A veces pienso sobre la fotografía..., me hace feliz, me da tanto...
Reflexiono sobre ello y me doy cuenta de que fotografiar el mundo poco a poco es la excusa perfecta para vivir situaciones de todo tipo. No hace falta que me vaya muy lejos, no es necesario, las historias también están aquí al lado, en cualquier parte. Soy consciente de que el simple hecho de sacar la cámara y ponerme detrás del objetivo me hace comenzar a ver todo de otro modo, de una forma distinta, con otra perspectiva.
Me gusta disparar cuando llega el momento y muy poco después guardar la cámara, dejarla a un lado, me olvido de ella y vivo intensamente lo que está pasando en ese instante: la luz, el olor, los colores, el sonido de fondo, el ambiente, el cariño, la gente...
Cada vez disparo menos y vivo más..., creo que es mejor para mi, para mi entorno y también para poder seguir avanzando.
Hong, en un mercadillo cercano a Lao Cai, se come una sandía mientras Nam, su madre, atiende su puesto de ropa y collares artesanales. Me gusta ver como Hong, sin importarle nada de lo que pasa a su alrededor, toca la armónica, la toca tan rápido, con tantas ganas que no dejo de mirarla; mientras tanto no puedo parar de observar como por su vestido blanco de flores amarillas y rosas le chorrea el rojo de una sandía a la que ya apenas le queda sangre.
Pienso que lo de Hong con la sandía está muy cerca de la poesía.
Y me quedo allí, a su lado, guardo la cámara y con una toallita le limpio su preciosa carita de niña mala mientras su madre nos mira y sonríe y sigue con la venta, así, de reojo, como si nada..., pero ella sabe que si, que hay algo..., y yo también.
A veces pienso sobre la fotografía..., me hace feliz, me da tanto...
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