lunes, 9 de julio de 2018

My World Vision -AroundTheWorld- SPAIN Madrid -RELATOS SALVAJES- "Okupas" Carlos Infante Luna



My World Vision
-AroundTheWorld-

SPAIN
Madrid

-RELATOS SALVAJES-
"Okupas"


     Álvaro y Miguel son amigos desde siempre; en parvulitos se sentaron en el mismo pupitre y desde entonces siempre han estado juntos compartiendo todo tipo de aventuras...

   Esa tarde-noche de un caluroso viernes de feria, mientras sus padres tomaban unas cervezas en "El Bar de Pepe", decidieron acercarse a la fábrica de harinas; ésta estaba situada a seiscientos veinte pasos y media suela caminando en línea recta desde el último árbol hasta la primera piedra. A la vieja fábrica no se podía pasar, estaba cerrada desde hacía años. Pero debido a esa curiosidad natural por todo lo prohibido, esa tarde buscaron sin descanso alrededor de la fachada de ladrillo y encontraron un diminuto agujero detrás de una de sus ventanas; por allí pudieron pasar gracias a su extremada delgadez y a esos escasos diez añitos; se rasparon los pantalones y las camisetas e incluso se hicieron algún tímido arañazo que intentaba sangrar pero que no podía; una herida de guerra, pensó Álvaro, orgulloso por la solemnidad de aquél heroico acto.

     Una vez dentro, la primera impresión fue impactante; habían descubierto una especie de castillo gigante rodeado de enormes ventanales donde la mayoría de sus cristales aguantaban rotos y resistían con dignidad antes de caer del todo. Las paredes interiores olían a humedad y a otro tiempo, el olor era a yeso añejo. Los techos eran tan altos que la mirada se perdía en su fondo blanco y sucio; en ellos anidaban todo tipo de aves que al batir sus alas y al piar a la vez organizaban un estruendoso concierto propio de una terrorífica película de Hitchcock. Las traviesas de madera vieja se entrelazaban tapando el suelo de gres portugués decolorado por el tiempo y a su vez simulaban toboganes gigantes que unían unas naves con otras como si fueran pasadizos secretos. Allá, a lo lejos, se adivinaban los restos de un jardín cuidado que ahora crecía salvaje y sin límites. La última luz de ese sol veraniego atravesaba las ventanas de las estancias y jugaba con el polvo y los cristales rotos; las sombras de las aves en las paredes manchadas de óxido se alargaban enormes y parecían monstruos gigantes; ese loco juego de luces y sombras creaba una atmósfera de misterio deliciosa para los chavales que ese día habían descubierto un lugar bestial y único en el mundo, un universo paralelo del que nadie, salvo ellos, sabía nada. Con la boca abierta y los ojos muy despiertos, Álvaro y Miguel, aún no daban crédito a su buena suerte. Eran "Tom Sawyer y Huckleberry Finn", ahora si que lo eran de verdad, no tenían ninguna duda.

     Miguel, que de los dos críos era el más prudente, sacó un pañuelo arrugado y sucio de su bolsillo trasero y lo anudó alrededor del codo derecho de Álvaro para taponar la micro-hemorragia que sufría su mejor amigo. Caminaban por aquel maravilloso mundo a sus anchas, estaban felices y contentos con su nuevo descubrimiento. Del suelo cogieron unos palos-espada por si acaso alguna bestia infernal se cruzaba en su camino y quería comérselos; atravesaron un pequeño charco-lago haciendo equilibrios imposibles entre los hierros y las traviesas de madera y colocaron algunas piedras para poder llegar al otro extremo. Al final, como era de esperar, cayeron al agua y se bañaron desnudos. Jugaron y rieron. Se divirtieron como se divierten los niños, con imaginación, magia y sueños. Se les hizo de noche, muy de noche, más de noche que nunca se les había hecho. Lo estaban pasando tan bien que no se dieron cuenta de que ahí fuera había otro mundo que los esperaba inquieto.

     Sus padres, asustados, llamaron a la policía. En el pueblo todo el mundo tenía noticia de la desaparición de los chavales y empezaron una búsqueda desesperada por todos lados. En esos días de feria podía haber pasado cualquier cosa, se los podía haber llevado algún extraño que pasara por el pueblo, algún delincuente, algún borracho...

     Mientras tanto, Álvaro y Miguel buscaban apresurados la salida, que era la entrada por donde se habían colado, pero la noche no les ayudaba nada en absoluto y por más vueltas que daban no había manera de encontrar el dichoso agujero. Ahora tenían miedo de perderse a oscuras y a las consecuencias que después les traería el haberse escapado. Sus padres no se lo perdonarían en la vida.

     De repente, oyeron un ruido detrás de ellos, se cogieron de la mano muy asustados; la figura de  un hombre alto, con barba y ropas largas apareció a contraluz. Gritaron y quisieron salir corriendo pero la oscuridad del lugar y el miedo los paralizó tanto que no pudieron dar ni un solo paso. El hombre se acercó despacio y ellos, acurrucados en el suelo, no quisieron ni mirarlo. Ese tipo desgarbado acarició con sus manos sucias las cabezas de los niños e intentó apaciguarlos con su voz grave y serena: 

-No os voy a hacer nada, tranquilos. Vivo aquí y al volver de la calle he oído ruido. ¿Qué hacéis?, ¿os habéis perdido?...

Álvaro, que era el más valiente de los dos, contestó:

-Si, estamos perdidos, no encontramos el lugar por dónde hemos pasado. 

-No os preocupéis, yo os ayudaré a salir por otro lado, conozco bien este sitio.

-¿Vives aquí?

-Si, no tengo otro hogar, en realidad no tengo nada. Vivo aquí desde que la cerraron. Trabajé en esta fábrica muchos años.

-¿Te importa si volvemos otro día?, podemos ser tus amigos si quieres...

Miguel, que permanecía callado, perdió el miedo y se decidió a hablar:

-Me mola este lugar, es muy divertido ¡Qué suerte tienes de vivir aquí!

-Jajajaja..., bueno, lo entiendo, un día yo también fui niño. Podéis venir cuando queráis siempre que pidáis permiso. Me encantará vuestra visita. Por aquí dentro hay rincones alucinantes que os puedo enseñar. Seré un buen anfitrión. Y ahora vámonos rápido que vuestros padres estarán preocupados...

     El tipo los cogió de la mano con cariño, como los hubiera cogido cualquiera de sus padres. Procuró, con mucho mimo y destreza, que no tropezaran con las maderas y los hierros, que no se hicieran daño. Y así, al cabo de un buen rato, salieron por un escondrijo situado en la parte trasera del jardín salvaje. 

     Una patrulla de la policía local, pistolas en mano, los esperaba en la calle. Un vecino había oído los gritos de los niños y había dado el aviso:

-¡¡Suelta a los niños o te mato!! ¡¡pederasta, hijo de puta!! -exclamó un policía del pueblo que aún era  un novato y que había visto demasiadas películas policíacas...

     Al pobre hombre no le dio tiempo ni a soltarlos, el novato le disparó en la cabeza y lo mató en el acto. El tipo cayó desplomado en el suelo delante de los niños. La sangre corría nerviosa y densa por la acera cálida.

     Álvaro y Miguel se volvieron hacia él y se arrodillaron. Era el tipo que les había salvado de morir atrapados en la mejor aventura de sus vidas. Se abrazaron y tirados en el suelo le lloraron como lloran los niños, con rabia y sin consuelo.

    A pesar del castigo, los chavales volvieron allí a diario y ahora, en una de las paredes de la nave principal, hay un graffiti gigante con la imagen de un tipo alto con barba blanca que se parece a Dios; Tom Sawyer y Huckleberry Finn sonríen a su lado. 

     

                                                                                                                  Moon

                                                                                                      Carlos Infante Luna

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