domingo, 11 de marzo de 2018

My World Vision-AroundTheWorld-Cuba, ya tú sabes...- Street Photography - "Comunidad Lamparilla" - Carlos Infante Luna -



My World Vision
-AroundTheWorld-

Cuba, ya tú sabes...

-Street Photography-

"Comunidad Lamparilla"


Esa mañana caminaba por los rincones más auténticos de La Habana vieja buscando captar la vida de la ciudad. 
La mejor manera que conozco de disparar mi cámara, de hacer mi trabajo para después contar algo al respecto, es convertirme en un ciudadano más, involucrarme al máximo, respetar todo lo que encuentro a mi paso, conectar con la gente, charlar, ayudar y participar en lo posible y a la vez, aunque sea un contrasentido, pasar desapercibido, no alterar el ritmo de las calles.
Ese día era caluroso, como casi todos, había llovido a primera hora de la mañana y ahora el sol evaporaba todos los fluidos que encharcaban las calles haciendo que éstas desprendieran un olor a pueblo semiderruido y viejo, bonito para el que sepa mirar y auténtico en cualquiera de los sentidos.
Caminaba despacio, cargado con mi equipo de fotografía, por la calle Teniente Rey, giré por Compostela hasta llegar a la esquina con la calle Amargura por la que continué recto hasta llegar al Café, un pequeño bar-restaurante con paredes blancas, cuerdas que cuelgan del techo terminando en bombillas de luz cálida y un acogedor mobiliario de madera vieja, donde paré a tomar una tostada de verduras, un café y una botella de agua del tiempo ya que fría no había, en la mayoría de los lugares de la isla los frigoríficos son muy antiguos, no enfrían lo suficiente y están mas bien vacíos. En el Café conocí a Odalys, una cubana guapa y muy simpática con la que compartí almuerzo, risas, anécdotas y muy buenos momentos. Con el paso de los segundos nos hicimos muy buenos amigos y esa amistad hizo que me acompañara ese día y en algunos otros momentos de otros días. Odalys me contó muchas historias de lo que se cuece en los barrios de la ciudad, me llevó a su casa, me presentó a sus hermanas y a los hijos de éstas, también a sus papás que ya eran muy mayores y que para mí fueron una fuente de información y de inspiración bastante importante, fueron como un libro abierto de la Cuba de otros tiempos, de otros días. Una vez fuera de casa, Odalys me llevó a su lugar de trabajo, una pequeña habitación donde hacía la manicura y pintaba las uñas a las chicas del barrio. Allí conocí a Tania que iba a retocarse las manos un poquito y a Eduardo, su novio, que se buscaba la vida vendiendo muebles antiguos y otras cosas... en la comunidad de la calle Lamparilla.
Con Eduardo también hice muy buena amistad y el resto de la mañana, mientras Odalys trabajaba, nos fuimos a visitar su comunidad, el lugar donde le esperaban su padre y su hermano. El edificio estaba situado en la Plaza del Cristo junto a la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, era una vieja casa colonial de vecinos con tres plantas, la fachada de un color amarillo-anaranjado sucio por la salinidad del mar y la edad del edificio, desconchada y prácticamente en ruinas, lo que la hacía, en su contraste, extremadamente atractiva e interesante para mi ojo de fotógrafo de calle. La música, al mas puro son cubano, salía de cada una de las habitaciones, lo que me hacía entender de otro modo mi fotografía. Tanto Eduardo como su padre José Antonio y su hermano Jorge Luis se dedican a recoger muebles viejos y venderlos tanto en la calle como en el interior del edificio. Los vecinos de La Habana vieja, sobre todo los de los barrios más cercanos, lo saben y a diario les llevan muebles para sacar algo de dinero. Muchos, la mayoría, lo hacen por necesidad y se desprenden, en algunos casos, de objetos con un alto valor sentimental. La necesidad les obliga y muchas veces, no es el dinero lo que se ofrece sino el trueque de alimentos, de medicinas u otros objetos de primerísima necesidad.

Así es como funcionaban las cosas en Cuba cuando yo la visité, cuando me enamoré de ella, una isla que desprendía música a todas horas por cada poro de su piel, con una mezcla inquietante entre la  enorme alegría de un pueblo abierto y amable y la necesidad mas imperiosa de las cosas más básicas. Pude descubrir su solidaridad, su sentido de la amistad, conocí de primera mano la escasez, la vida del trueque, la buena disposición de su gente, las maneras de inventar..., el ingenio, su amor a la vida y la vida en sí misma. Pura vida.

Y yo, como fotógrafo de personas, de sentimientos, de lugares, de viajes..., no solo hago fotografías, hago amigos, amores, descubro rincones y aprendo de la vida, de la calle, de los corazones errantes...



My World Vision: Con el corazón abierto, las manos extendidas y la nevera vacía...




Gracias a Odalys, María Ángeles, Tania, Elisabeth, María Elena, Yanet, José y Caridad, Eduardo, Jorge Luis, Jose Antonio y a todos esos chiquillos que correteaban felices entre nosotros por las calles. Gracias por darme tanto, por darme todo, hasta el más mínimo detalle.

Estoy enormemente agradecido. Os quiero muchísimo.







                                                                                                Carlos Infante Luna.

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